Saturday, April 16, 2016

Una carta pastoral “Romeriana”


 
BEATIFICACIÓN DE MONSEÑOR ROMERO, 23 DE MAYO DEL 2015
 

El arzobispo de San Salvador ha publicado una nueva y fuerte carta pastoral sobre la violencia de las “maras” en El Salvador, y es un ofrecimiento serio, asombroso, y a menudo aleccionador que recuerda la obra del Beato Oscar Romero. Firmada el 24 de marzo—ahora la “fiesta” del mártir salvadoreño, después de su beatificación el año pasado—la carta pastoral de Mons. José Luis Escobar Alas (titulada “Veo en la Ciudad Violencia y Discordia”) destaca como Romeriana en su inspiración, inclinación y en orientación. [Ver el texto original en español; y la traducción al inglés de Súper Martyrio.]

Obviamente, es Romeriana en su inspiración. Monseñor Escobar la firmó el 24 de marzo y abre la carta con un homenaje a Romero: “Nuestro amadísimo Beato Monseñor Oscar Romero es la maravillosa luz que alumbra nuestro camino”, escribe Escobar, y también cierra la carta con una oración invocando la intercesión del primer Beato salvadoreño para detener el derramamiento de sangre causado por la violencia delincuencial—que recientemente ha colocado a El Salvador en los niveles más altos de homicidios por todo el mundo.
La carta también es Romeriana en su inclinación, ya que constituye un importante esfuerzo por Escobar de enfrentarse los problemas del pueblo. Varios observadores se han quejado de que la iglesia institucional—justamente o no—parecía alejada del problema de las maras, problema que es ciertamente complejo y difícil de resolver. Después de apoyar inicialmente la controvertida “tregua” entre pandillas, la Iglesia Católica ha aparecido más recientemente inútil ante la crisis. La carta de Mons. Escobar es una respuesta ambiciosa, de más de 100 páginas (más larga que algunas encíclicas papales), que analiza la historia de la violencia en El Salvador, a partir de la conquista española hasta la actualidad; analiza la violencia en la Biblia y en las enseñanzas de la Iglesia y señala a múltiples inferencias para El Salvador; y, por último, prescribe un camino espiritual hacia la reconciliación a la base de estos análisis profundos e intensos.
Mons. Escobar saluda a los fieles en una visita pastoral.
La carta de Mons. Escobar también es Romeriana en su orientación, ya que adopta el diagnostico de Mons. Romero de la realidad socioeconómica de El Salvador y de las causas de la violencia:
Romero creía que la violencia en El Salvador era el resultado de la subyacente injusticia económica que sembraba el descontento entre ciertos grupos de la población. Esas condiciones constituían un caldo de cultivo para la violencia: “Las violencias seguirán cambiando de nombre, pero habrá siempre violencia, mientras no se cambie la raíz de donde están brotando, como de una fuente fecunda, todas estas cosas tan horrorosas de nuestro ambiente”. (Homilía del 25 de septiembre de 1977.)
Del mismo modo, Mons. Escobar postula que toda la historia de El Salvador, se ha producido una “violencia en transformación”, una persistente violencia que se transforma de generación en generación, pero se alimenta continuamente por las condiciones subyacentes de injusticia (véase, nos. 35-47, 63 y 139-141 de la carta de Escobar).
El Beato Romero sostuvo que se necesitaba diferenciar las manifestaciones contemporáneas de la violencia entre la violencia subyacente que provocaba otras respuestas violentas, y la violencia que tenía por objeto eliminar la opresión. “Hay una violencia institucionalizada que está provocando la cólera del pueblo”, dijo Romero en una entrevista. Esta era la violencia de las dictaduras militares de su época y los intereses oligárquicos que estas defienden: “que es mantener sus privilegios, mantener la opresión”, dijo. En reacción a ello, otros sectores tomaban las armas en insurrección, pero su violencia era perpetuada por la persistencia de las injusticias subyacentes, y por lo tanto la violencia institucionalizada era “la más culpable”.
Del mismo modo, Mons. Escobar clasifica diferentes fenómenos violentos como constituyendo una “violencia primera” o “violencia segunda” según las líneas definidas por Romero (véase, nos. 27, 32, 40, y 143 de la carta de Escobar)—solo que Escobar va más allá y aplica esos criterios a todas las violencias a lo largo de los 500 años de la historia salvadoreña, concluyendo que la codicia y la opresión de los grupos en el poder han impulsado en gran medida todos los otros tipos de violencia en la turbulenta historia de El Salvador.
Por último, la carta de Mons. Escobar es Romeriana en su orientación en la forma en que ofrece soluciones radicales basadas totalmente en conceptos ortodoxos. Por ejemplo, Escobar recomienda que hallan juicios históricos para poner fin a la impunidad (en nos. 61 y 140); grandes inversiones en programas sociales, incluso si significa menos ganancias para los capitalistas (en nos. 133 y 178)—y aun si la actual generación no viva a ver sus frutos (en el no. 53); e ir “contra pelo” de la economía “neo-liberal” para crear una economía basada en la solidaridad (en los nos. 133 y 178). Sólo que no espere encontrar citas a teólogos radicales de liberación. Las notas de pie aquí se refieren todas a San Agustín, Santo Tomás de Aquino, los documentos del Vaticano II y el magisterio de los últimos papas (y el actual).
Es probablemente justo decir que pocas personas—si es que haya alguna—esperaba una carta tan contundente del reservado y a veces enigmático Mons. Escobar. Sin embargo, incluso en ese giro sorpresivo, esta carta pastoral es oh, tan Romeriana: por ser producto del “Dios de las sorpresas.”

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